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Este relato nos viene a contar las andanzas de un hombre que, cansado de la vida urbana y todavía con el dolor de la pérdida de su esposa que, aunque ya han pasado tres años, no logra la estabilidad emocional, decide abandonar su buen puesto de trabajo (Gerente de una Compañía de Seguros muy importante) y se marcha, sin rumbo fijo, allá donde le lleve el Destino y éste le lleva hasta el Principado de Asturias. Cuando llega allí, se queda prendado de los bosques, prados y valles y decide anclar su vida allí. Compra una casona destartalada con mucho terreno, árboles frutales y otros autóctonos del lugar. Hace muy buenos amigos como el alcalde y, sobre todo con los posaderos dónde se alojó la tarde en que, lloviendo a mares, llegó sin apenas luz: la tormenta era mordaz y el viento terrorífico. Le atendieron con mucha amabilidad, casi, como si fuera un hermano perdido que volvía a casa como el «hijo pródigo». Tuvo la suerte de recibir una herencia de un tío, hermano de su padre, que marchó a Argentina dónde amasó una buena fortuna que, al no tener hijos, la recibió Mario, nuestro protagonista. Allí, encontró de nuevo el amor, se casó y tuvo descendencia. Crió vacas, ovejas y montó una cooperativa con los productos de los árboles frutales: manzanos y castaños, además de quesos variados y mantequilla. Fue en ese lugar en dónde encontró la paz y el tiempo para practicar el maravilloso arte de la pintura, creando bellos cuadros inspirados en el paisaje tan espectacular que tenía frente a su casona.