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Sigue apuntándome con tu boca, aunque duela cada bala que se clava en el pecho sentenciando cada beso de embustero. . . Seguiré arriesgando la mía. Obsesionándome con tu saliva como única cura de cada una de las quemaduras que causa agarrarse a un clavo ardiendo. Toquemos madera. O ardamos con ella. Apúntame al pecho y senténciame, seguiré esperándote en otra vida. Para otro cuerpo a cuerpo, mientras haya camas que se empeñen en tenernos tan cerca. Siempre habrá guerra. La tuya, la mía la nuestra.