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Yalmar es un joven que gobierna el pueblo de Aimón, nación cercada de agua. Asphín, su padre le delegó el gobierno de una nación que, si en un principio alguno de sus habitantes obtenía influencia causal de dioses domésticos, la acción y convencimiento de Yalmar, los entierra. Sobre aquella fructífera tierra ningún animal se sentirá amenazado por cazador alguno, ni habrá destrucción de bosques o valles, ni turbio el océano; no habrá templos ni sacrificios a dioses que se estiman son solamente hombres, venidos y ataviados con indumentarias brillantes para alterar la convivencia con dictámenes y reglas religiosas. Yalmar desestima tal imposición y prohíbe ese seguimiento a su pueblo. Aijhar, el amigo de la infancia, le traiciona cuando se ve envuelto en una pretensión auspiciada por creer esos seres a los que llama dioses le auguran el patrimonio de Aimón y el reinado de Yalmar. Por túneles excavados y durante la noche atraviesa el río Euyín, (con gente arbitraria que le sigue por promesas de poder y adoración fatua), que divide Aimón en dos trozos de tierra gemelos. Mientras Yalmar y fieles amigos buscan un código que Asphín le aventura a recoger y descifrar porque una profecía augura una destrucción por guerra y agua sobre Aimón. La invasión de una parte sobre otra sucede, y Yalmar en posesión de una placa de oro decodifica un código que le acerca a Saikiel, Arcángel del centro de la galaxia. Este será su valor para desentrañar la mentira de esos seres que se hacían adorar y confundir al hombre. En los cantos que se editan sucede guerra, demolición, empleo de tecnología abrasadora y muerte numerosa. Yalmar frente a Saikiel, relata cómo amigos cayeron por la traición de Aijhar y solicita la intervención de Saikiel sobre quien deposita emociones humanas. Resaltar en este poema el protagonismo de Aimán, el lobo blanco salvado por Yalmar de la muerte por emboscada y flechas de Aijhar que mató a su madre, cuando lobezno. Acompaña a Yalmar en dirección a la planicie donde según el código se halla luna placa con signos para llegar a Saikiel. Un poco más de la mitad del camino Aimán escucha un aullido y su instinto se revitaliza, es la llamada de la naturaleza que le obliga a abandonar la compañía de Yalmar sobre el que lame su mejilla y Yalmar le abraza en el instante. Se entristece por la separación, pero entiende todo. Tanto Aimán como su prole protagonizarán decisivamente el final del poema mientras en poco tiempo Aimón desaparece.