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Más allá de una reseña de su vida, de su obra poética, Miguel Esteban Martínez García es un incansable buscador de la crítica, de la palabra certera y objetiva en sus escritos. Para ese eterno indagar y cantar con magia a la belleza, tiene también una obsesión por la perfección en sus obras y por ello trabaja incansablemente en informarse, pero claro está, la conformidad no llega. Su frase más habitual es: «Sin duda que lo que viene será mejor» y con un poco de ironía, a veces agrega, que puede hacerlos peores. En la defensa de su obra está la hidalguía del guerrero amante, que por esas líneas vertidas en luz y sombra, está su vida convertida en cantares, que por momentos parecen tocar el cielo. Sus imágenes se hacen tan reales, que parece existir una conexión de rayo a campo abierto que une los límites de lo que se puede apreciar en esta dimensión: cielo y tierra. La unión, entre lo que sus ojos ven y su mente creadora trastoca en indescriptible; lo que su cerebro eterniza cuando lee un libro que lo transporta y abre su creación imaginativa, hace que para Miguel Esteban no exista otra ocupación que no sea el irse por ese portal que se abrió, para introducirse en él y volverse hacedor de la magna estructura de emociones que un hombre, con su sensibilidad a flor de piel, pueda cambiar el instante. Anteriormente se decía de su búsqueda de la perfección. Quienes pensamos diferente, decimos que no existe y tal vez estemos errados. Miguel Esteban cree en ella, entonces, se hace hincapié en que desea el apoyo sincero, honesto y sin floreos al momento de leer una poesía suya. Entre su metáfora hay gritos silenciosos; hay llamados a viva voz que no devuelve el eco y se produce la rebeldía en la soledad de sus creaciones y es rápido al desdoblar el verbo en «amables improperios» ante la indiferencia de la mayoría de los caminantes al Olimpo, que no reparan en el papiro presente que se puso enfrente para llamar su atención.