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¿Cuántas veces se puede morir de amor? ¿Cuántos versos hacen falta para extirpar ese amor que ya no es amor de nuestras entrañas? De nuestros miedos. Arrancar esas caricias que aún se arrastran por nuestro recuerdo. Borrar el sabor de esos besos que ya no damos. De ese sexo que ya no compartimos. ¿Cuántas nostalgias somos capaces de acumular y soportar sin que nos sangren las manos al esculpirlas sobre un folio en blanco? En este Duelo de azules he disfrutado de esa sencillez contundente que nos regalan las palabras cuando sabemos elegirlas y ordenarlas. Cuando tenemos la capacidad de sentir a través de ellas. La poesía, al fin y al cabo, es eso: escribir los sentimientos. Sentir y hacer sentir. No es fácil saber expresar las dudas y los miedos. La muerte y el desánimo. La pasión y la desesperanza. Desnudarte de silencios y vestirte, una y otra vez, con la melancolía que habita en esos versos que vomitamos para no asfixiarnos con tristezas.