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Yo digo que no es normal o, al menos, a mí no me lo parece. Para que esta barbaridad ocurra en Madrid tienen que pasar muchos años tranquilos y, sin embargo, ocurre ahora mismo, justo cuando estoy disfrutando de unos días en la capital, después de estar un pelotón de tiempo sin pisarla. Éstas eran las reflexiones que se hacía Evelio en una mesita del solitario bar Medes, situado frente al hostal donde se hospedaba. Su dueño, Nicomedes, contemplaba desde la barra su soliloquio, con las cejas alzadas y las gafas caídas sobre la nariz.