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Los que corremos --y en general los que cubrimos grandes distancias-- no somos eres extraños, atípicos o irracionales. No necesariamente tenemos por qué destruir nuestros tejidos y dañar nuestros órganos en una inmolación que a veces es tenida como una práctica innecesaria y sin sentido. No hacemos más que aquello que el hombre ya practicaba desde el Neolítico: correr o caminar para llegar de un lugar a otro e incluso para lograr subsistir, persiguiendo a las presas que necesitaba para alimentarse, generalmente mucho más veloces que él. Buscar un modo de vivir austero y sencillo, lejos de los convencionalismos sociales, no tiene por qué ser producto de una mente trastornada o paranoica, sino que más bien una forma de comprender el mundo de unos hombres y mujeres que pretenden lograr con cada zancada que dan por las carreteras, caminos, desiertos, playas, bosques o montañas un sentimiento de espiritualidad que les lleva a encontrarse consigo mismos y a fundirse con la Naturaleza… Pero lamentablemente la mayoría de sus congéneres que no practican la carrera continua no lo ven de ese modo… '...Después uno llega a un punto sin retorno, a partir del cual ya no hay vuelta atrás. Si te has equivocado en el camino debes afrontar las consecuencias, porque ya te has creado una aureola de hazañas y despropósitos y una pléyade de amigos y enemigos. Todo ello te acompañará siempre, no lo dudes. No intentes modificar tu estación de destino, pues será inútil, sencillamente porque ahora ya no te será posible. No puedes abandonarlo todo y decir ‘aquí no ha ocurrido nada’. Las teorías sobre el pasado de los hombres y las mujeres son muy variopintas. Algunos terapeutas se empeñan en que el individuo rompa con ese tiempo anterior, en que se olvide de todo lo malo que hizo --o de todos sus fracasos-- y piense en positivo. Mejor en sacar adelante el día presente y el mañana ya veremos. Todo eso está muy bien y sirve a los sujetos para continuar vivos en su lucha diaria. Pero que nadie se engañe: el pasado nos persigue por donde quiera que vayamos y condiciona nuestra existencia. Al igual que las decisiones que tomamos cotidianamente supeditan nuestro devenir ulterior. A mí siempre me dice mi mujer que el futuro no existe, aunque yo le llevo la contraria, porque mi tesis es la de que lo que hacemos habitualmente no es solo presente, sino que también futuro, pues con el hoy no cabe duda que estamos condicionando el mañana. A mí me gustaría que todo el mundo pensara un poco en ello y en cómo lo que hacemos ahora, en este momento, va a tener una trascendencia posterior. Claro está: unas decisiones serán más irrelevantes y otras más trascendentales, que serán las que nos marquen un camino invisible por el que, sin darnos cuenta, vamos a transitar más adelante. ¡Oh, Dios....! ¿Pero qué dice este hombre?. Lo que aseguro es esto: que por una parte el pasado nos hostiga y condiciona y por otra nuestros actos del presente inciden en el futuro...' '...El pasado forma parte de nosotros mismos y en ocasiones nos asedia, unas veces para bien y otras para mal. A algunos hombres y mujeres casi los incordiará hasta en la tumba, pues aunque inventen el remedio más efectivo para curar la mayor pandemia humana, siempre habrá alguien que les pregunte por aquel día en que, en mala hora, erraron el camino. La sociedad, amiga de ver la viga en el ojo ajeno, no perdona nunca y es en general poco benévola con las ovejas descarriadas que vuelven al redil. Es algo como lo que le ocurre en la película ‘Sin perdón’ a William Munny, de Missouri, a quien el pasado acechaba continuamente, sin que le resultara posible darle la espalda. otros no lo son tanto y ya vienen predeterminados por nuestros actos anteriores...'. Jose Millariega-